Traslado
Nos hemos trasladado a la siguiente dirección:
http://leeme.irccultura.com
Allí os esperamos de ahora en adelante, muchas gracias.
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-Caramba, Jeeves, es un compromiso eso de describir uno de los libros que escribió el tal Wodehouse sobre usted.
-Lo lamento mucho señor, ese hecho es algo que excede mis competencias.
-No es como si tuviera que vender sus excelencias para colocarle en casa de algún otro caballero, se supone que he de describir sus méritos y su comportamiento, y aunque lleva usted varios años a mi servicio, y reconozco que ha conseguido evitarme algunos daños memorables; como cuando quise casarme con aquella Gladys que coleccionaba mastines, o cuando me empeñé en llevar un chaleco verde con cuadros morados a las carreras de Ascot, no todo sería poner guirnaldas a su paso, Jeeves.
-Sirvo al señor lo mejor que sé, señor.
-Ciertamente un valet de chambre como usted es el contrapunto ideal para un joven licencioso y dado a la molicie como yo en estos tiempos victorianos que corren y en este imperio británico. Ya ve, un socio del "Club de los Zánganos", tan selectivo, ha de mantener una cierta imagen de disipación y vacuidad. No quiero que me confundan con uno de esos petimetres de la city. Hay que vivir la vida, Jeeves, es un consejo que le doy. ¿Tiene ya ese té y esos sandwiches de pepino, Jeeves?
-Sí señor, me he permitido añadir un trozo de tarta de la cocina de mistress Travers.
-Ah, excelente idea, Jeeves. ¿Está usted en buenos términos con el cocinero francés de mi tía Dahlia, o más bien le atrae a su cocina cierta criadita de la casa?
-Ciertamente una visita a Brinkley Court en mi tarde libre no carece de atractivo, señor, monsieur Anatole es un generoso anfitrión en el ala del servicio, y la presencia de la doncella a que se refiere el señor contribuye a estimularme a frecuentar aquella mansión.
-Sé a lo que se refiere, Jeeves, yo mismo me he visto en algún momento de mi vida interesado por una cara bonita. Vaya con cuidado, Jeeves, suelen ocultar pérfidamente los más ingeniosos mecanismos a fin de acabar con la vida bohemia, feliz y despreocupada de los más cándidos solteros. Desdichado el que sucumbe bajo sus garras enguantadas en fina seda.
-Agradezco mucho su advertencia, señor.
-¿Ve, Jeeves? No siempre va a ser usted quien me saque de los más endiablados enredos con su portentoso ingenio
-El señor me honra con sus comentarios.
-Jeeves, esa mención al cocinero de mi tía me ha hecho recapacitar. Desearía volver a probar esa deliciosa crême boullabaise, y el gigot d'agneau au vin, ah, y su glorioso canard à l'orange. ¿Usted cree que la vieja bruja habrá olvidado ya que teñí a su perrito faldero de azul?
-Lo considero muy probable, señor, ha llegado a mis oídos que la prima del señor, la señorita Travers fue sorprendida carteándose con un caballero yanqui, lo que ocasionó no poco revuelo entre sus mayores, por lo que aquel pequeño descuido habrá cedido su lugar en la memoria de su tía a preocupaciones más inminentes y perentorias.
-Ah, mi dulce primita siempre tan díscola. No se hable más, Jeeves, meta el cepillo de dientes en una bolsa y partamos en busca de tan sabrosas viandas. ¡Todo sea por la familia, Jeeves!
-Sí, señor.
De El principito de Antoine de Saint-Exupéry, una cándida y acertada descripción de la amistad incondicional.
No dijo el principito. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»?
Es una cosa demasiado olvidada dijo el zorro. Significa «crear lazos».
¿Crear lazos?
Sí dijo el zorro. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
Empiezo a comprender dijo el principito. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
Es posible dijo el zorro. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas...!
¡Oh! No es en la Tierra dijo el principito. El zorro pareció muy intrigado:
¿En otro planeta?
Sí.
¿Hay cazadores en ese planeta?
No.
¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?
No.
No hay nada perfecto suspiró el zorro. Pero el zorro volvió a su idea:
Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido
del viento en el trigo...
El zorro calló y miró largo tiempo al principito:
¡Por favor... domestícame! dijo.
Bien lo quisiera respondió el principito, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
Sólo se conocen las cosas que se domestican dijo el zorro. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
Había una luna a medias la noche que desquició para siempre los ordenados sentimientos de la tía Inés Aguirre. Una luna intrigosa y ardiente que se reía de ella. Y era más negro el cielo que la rodeaba que adivinar por qué no pensó Inés en escaparse de aquel embrujo
Mi madre llegó un buen día, lo mismo que suele llegar otros tantos, con un libro y preguntándome si lo había leído. Tenemos costumbre de intercambiar lecturas. ¿Tienes algo nuevo?, ¿Has comprado algún libro?, ¿Conoces éste?,
Ella traía consigo una edición que forma parte de una colección, Escritoras de Hoy, y de una tal Mª Ángeles Mastretta. Concretamente, Mujeres de ojos grandes.
Es curioso esto de asociar. Mi primera impresión fue que sería una novela sin más. Un novelón sobre matriarcados de la belle époqueo de heroínas principiosiglares. Lo cierto es que esta grata sorpresa que tuve conforme me iba adentrando en los pequeños y pequeñísimos relatos, me obligaba irremediablemente a pasar páginas al igual que vas mirando con ansias las fotos recién reveladas una por una.
Gracias al descubrimiento de singularísimas personalidades de las protagonistas mujeres y ciudadanas de Puebla México es posible extraer, no reivindicaciones evidentes feminiles, sino visiones variopintas de la situación mujeril en ese contexto, con un lirismo refinado y en donde el sentido del humor no es incompatible con el dramatismo de las historias de vida. Las chanzas y las anécdotas sobresalen con ingeniosa alevosía.
Tía Daniela, tía Eugenia, tía Pilar y Marta, tía Jose Rivadeneña,
Mujeres de ciencia de ojos grandes.
Con su permiso. Mi nombre es Serapio Pedroso Buján, para servir a Dios, a la Benemérita y a usted. Sí, soy un guardiacivil de los de hace... mucho tiempo, de cuando el señor Silvela era ministro de la Gobernacióny aquí me veo, embarcado por órdenes superiores en una conducción. Ah, que no sabe usted qué es eso de una conducción. Ya. Pues que un servidor, acompañado por otro guardia, uno joven y novato que se llama Silvestre Abuín Corvino, nos vamos a llevar a un preso desde Murias de Paredes, en tierras de León, hasta las Vascongadas, para que le den garrote. Andando, sí señor. El preso es Juan Díaz de Garayo y Argandoña, por mal nombre "El Sacamantecas" y también "El Zurrumbón". Lo llevamos atado de manos, y uno a cada lado, con los naranjeros cargados y con órdenes extrictas en caso de que se dé a la fuga.
Yo, sabe usted, sólo quiero acabar el servicio lo antes posible y sin problemas, por eso duermo con un ojo abierto, que para el nuevo es su primera conducción y tiene mucho que aprender aún. Y para el preso es la última y no tiene nada que perder, si no es antes de tiempo. Ya ve usted qué linda excursión sería si no tuviera que compartir uno camino con un asesino, que a saber lo que estará discurriendo para escabullírsenos o hacernos algún daño. Encima, claro, hay que evitar las carreteras principales, que esto no es un espectáculo público, así que aquí vamos, tragando polvo de varias provincias, durmiendo cada día en un municipio, de cuartelillo en cuartelillo, de ayuntamiento en ayuntamiento, y recibiendo la etapa que nos dan de rancho, y alguna cosa que siempe cae porque las buenas gentes se apiadan del reo y sus conductores. Lo largo que se hace, y que conviene no caer en el aburrimiento, pero tampoco es cosa de darle conversación al reo, claro, que, además, bastante tiene con sus pensamientos. El guardia Silvestre y yo, y el otro, nos vamos encontrando con gente de todos los pelajes en cada jornada, y todos tienen algo que decir y aun mucho que silenciar el rato que nos acompañan, o en el que nos cruzamos, ante una bota de vino y una hogaza de pan y su queso o su chorizo. Por todas partes despierta curiosidad, y no poco espanto, esta estampa que formamos, los dos tricornios con el penado en medio, y esa cara que traemos los tres, de cansancio, de pena, de miedo y de rencor. Hay de todo en los caminos, desde los chiquillos que quieren tirarle piedras, hasta la vieja que se santigua y se esconde; desde el campesino que te obsequia con lo poco que tiene para comer, hasta el que increpa al preso por rufián o a nosotros por ser sus verdugos. Y así de Murias a Vagarienza, de La Robla a Boñar, de Cegoñal a Puebla de Valdavia, de Poza de la Sal a Pancorbo, todo el camino hasta Vitoria, a escribir el punto final, entregar al reo, recoger el recibo y vuelta a León, pero esta vez ya con el fusil colgado, y sin cartucho.
Y luego el señor Cánovas tiene el cuajo de llamarnos asesinos en el Congreso, y cállate, Serapio, que me queda poco para la jubilación y ya que no me han ascendido a cabo, ni falta que me hace, al menos que acabe la fiesta en paz. Al menos al señor que escribió todo esto le dieron el Premio Nacional de Literatura y el Ciudad de Barcelona, él sí que sacó beneficio a costa nuestra.
Quede usted con Dios y disculpe el atrevimiento.
-Yo le tengo mucho respeto a Bevilacqua, es una persona cabal, aunque a veces se va por los cerros de Úbeda y se le nota que es un poco filósofo, claro, por algo dejó psicología para meterse en la Benemérita.
-¿Qué dices, Chamorro?
-Nada, mi sargento, que para ser picoleto eres un poco filósofo.
-Pues tú no eres precisamente la imagen tópica del guardiacivil.
-Ya. Serán las tetas.
-Bueno... tampoco hace falta que me mires así.
-Le estaba explicando, aquí al paciente lector, tu vida y hazañas, así por encima.
-Pues no sé yo si soy tan filósofo.
-Venga, pues dilo tú mismo, joder, mi sargento.
-Pero no te enfades.
-No me enfado
-Nací en Uruguay, hace treinta y seis años y apenas conocí a mi padre. Vine a España de chico, con mi madre, y despu´ñes de sufrir los desastres normales de la adolescencia gasté cinco años de mi vida en obtener una licenciatura en psicología. Su comprobada inutilidad, unida a la angustia del paro, me indujo a ingresar en la Guardia Civil. De la década larga que llevo en el Cuerpo guardo el recuerdo más o menos nítido de un buen número de homicidios. Algunos tuvieron la complicación justa para poder resolverlos, que es por lo que me pagan; otros fueron demasiado simples o estaban demasiado embrollados y no fui capaz de sacar nada coherente de mis pesquisas. De todos ellos perdura en mí, por encima de cualquier otro vestigio, una amarga conciencia de lo mucho que puede llegar a desear la gente avasallar a otra gente. Ésa es, de tanto experimentarla, la única certidumbre sobre la existencia que está a salvo de mi escepticismo.
-¿Y a mí no me nombras, mi sargento?
-Tú merecerías tus propios libros, Virginia.
-Va, que a mí no se me da lo literario.
-A lo que no termino de acostumbrarme es a ver a la guardia Chamorro, veinticinco años recién cumplidos y una visión idealista de la vida tratando con alguien acerca de los sórdidos pormenores de un crimen. Más bien me pasma la naturalidad con la que, esta mujer, que ya viene de familia de picoletos, puede convivir con el horror. Además ha tenido que soportar la desconfianza y el retintín de tantos hombres, uniformados o no, que ha hecho de la tarea de desacreditar las reticencias masculinas una especie de cruzada personal e intransferible.
-Vaya, ahora soy reticente.
-Eso es, estatura media, bien formada, cabello castaño, de aspecto agraciado... y reticente. Esa eres tú, Chamorro.
-Con descripciones así no se asciende, mi sargento, ni te darán el Planeta, como al autor del libro.
-Al autor del libro no le caemos bien, le gustan más sus otros libros, los "serios", que no son novelas de guardias y malos.
-Con todos los respetos, mi sargento, que se joda.
Literatura de la buena, o sea: novela policial. De amena lectura, entretenido, con una gran dosis de intriga bien llevada, el autor, Lorenzo Silva, acaba de pulir lo que puede ser una pareja de policías que hagan historia en la novela española. La pareja de la Guardia Civil, esta vez integrada por un sargento rebotado de la carrera de psicología, y una caba de familia de picoletos de toda la vida, se te convierten en cuatro páginas en un par de amigos entrañables con quienes te familiarizas enseguida. La novela trata de gente normal, con la que te cruzas a diario, y de algunos que sobresalen de entre la masa, pero que tampoco te son ajenos. Y la trama, qué bien llevada, con qué talento y sencillez, sin hechos jolivudianos, pero con golpes que te sorprenden (que al fin y al cabo de eso va la cosa de intriga) y que a la vez, encuentras lógicos. Lo que más me gusta de las novelas policiacas es que no haya nada traído por los pelos. Y en esta está todo bien razonado. Es la segunda novela de los personajes, el sargento Bevilaqua y la caba Chamorro, la primera se titula "La niebla y la doncella", y la tercera "El lejano país de los estanques". Hay una cuarta con cuatro cuentos (Nadie vale más que otro), y espero que Silva se dé a escribir más de lo mismo. Por cierto, su narrativa, impecable, de esa que estás leyendo, y que te divierte, y de repente tienes que parar un momentito, porque entre los fideos y los viajes en auto, y el malo y la chica, te mete uno de esos pensamientos profundos que te reconcilian con la novela de polis.
Visita la web del autor del libro: Lorenzo Silva
Pasaje muy edificante de "Un yanqui en la corte del rey Artus", de Mark Twain. Siempre he abominado de la pena de muerte, excepto en casos execpcionales, como cuando se trata de malos músicos.
En una galería había una banda de címbalos, cuernos, trompetas y otros instrumentos de suplicio, que amenizó el banquete con una serie de sonidos discordantes que parecían el lamento de un moribundo. Tratábase, según supe más tarde, de una pieza nueva, y tuvo que ser repetida varias veces. No sé por qué motivo, pero lo cierto es que, después de comer, la reina ordenó que fuese ahorcado el autor de aquella... melodía.
...
La pobre reina se hallaba tan asustada y humillada, que no se atrevía a hacer ahorcar al compositor sin consultarme. Me daba mucha pena... En realidad, a cualquiera se la hubiese dado, porque estaba verdaderamente agobiada, sufriendo horrores. Me sentí dispuesto, pues, a hacer todas las concesiones razonables y a no llevar las cosas a sus últimas consecuencias. Reflexioné profundamente y acabé por ordenar que acudieran los músicos a nuestra presencia, a tocar y cantar aquel cuplé, sinfonía, pasodoble o lo que fuese... Lo hicieron inmediatamente. Vi que la reina tenía razón y le di permiso para ahorcar a todos los de la banda.
Yo conozco muy bien al dottori Montalbano, en persona personalmente, digo, soy práticamente su secretario, estoy siempre al pie del cañón aquí en la comisería de Vigáta, en la hermosa Sicilia. El dottori es el comisario de la comisería y es el que nos manda a todos. A veces nos manda a la... bueno, no lo digo porque yo soy un endividio bien hablao. Manda sobre el surcomisario Augello, y sobre Fazio y Galluzo y los demás. Yo atiendo el teléfuno y tomo notas y doy los recados al siñor comisario. Hay que ser muy atento para poder enterase bien de lo que dice el personal y anotar bien los nombres.
-Catarella...
-Mande, siñor surcomisario.
-Como sigas hablando de ti se van a creer que tú eres el protagonista y no el comisario.
-Vale, pues siga usté. Si ya sé que soy el último pedo del culo yo en esta comisería ya lo sé...
-Salvo Montalbano es el comisario de Vigáta, una pequeña ciudad costera siciliana, aún con reminiscencias del pueblo pesquero que fue no hace tanto. Algunos, que le conocen poco, piensan que está un poco ido. Catarella, si vas a llorar vete a la centralita, anda. Los que tenemos más trato con él sabemos, definitivamente que en cualquier momento puede sorprendernos con las ideas más peregrinas. Es verdad lo de que tiene un genio de mil demonios, pero eso es fácil de controlar, sólo tienes que escaquearte cuando lo ves fruncir el ceño o colgar el teléfono con un golpe. Sobre todo si ha estado hablando con su novia. Ja, novia, a sus años, que andará por los cincuenta y. Y encima la tiene trabajando en Italia, bien lejos, para poder echar buenos polvos esporádicos sin ninguna de sus contraindicaciones. Bueno, salvo sus eternas regañinas telefónicas. El comisario, lo que sí que hace bien es comer. Caray cómo se cuida el tío. Por algo le puso de nombre Montalbano el autor de todo esto, en homenaje a Vázquez Montalbán y su detective-cocinero Carvalho. Allá donde va sabe el sitio idóneo para jalar, y todo buena cocina siciliana: albóndigas de pulpitos fritos, salmonetes de roca, pasta con tinta de calamar... Yo soy más de macarrones con abundante tomate, pero claro, yo soy milanés. Lo que come ese hombre... uf. Prohibido hablar mientras está moviendo el bigote. Dice que para tener la mente en blanco y asimilar mejor los sabores, pero yo creo que piensa. Sí, piensa en sus casos y en cómo resolverlos. Algunos de ellos se las traen. Claro, esto es Sicilia, ya saben, aquí la gente es poco dada a hablar, y encima si hay crimen siempre cabe la posiblilidad de que sea obra de la mafia, aunque a esos los tenemos bien calados. Pero este Salvo es un hacha. A veces me dice: Mimi, haz tal cosa, ve a tal sitio y haz esto. Y allá que voy y hago, porque sé que no me va a contar nada hasta que acabe lo que sea que pretende, y luego... te llevas cada sorpresa. Estoy bien aquí, y, encima, puedo ascender, porque este hombre evita los ascensos por todos los medios, el principal de los cuales es llevarse mal con la superioridad y los periodistas. Yo lo evito a él todo lo que puedo y santaspascuas.
Andrea Camilleri, ya era un señor muy viejito cuando logró el primer exitazo con la novela que abre el ciclo de Montalbano: "La forma del agua". Después llegaron "El perro de terracota", "El ladrón de meriendas", "La voz de violín", "La excursión a Tindari", "El olor de la noche", "Un giro decisivo", "La nochevieja de Montalbano", "Un mes con Montalbano", y "El miedo de Montalbano", los trés últimos de relatos cortos. Logramos ser los más vendidos en Italia, y traducidos a muchos idiomas.
Limítate a la observación, y siempre dejarás de lado el objetivo de tu propia vida. Ese objetivo puede ser enunciado de esta forma: vive la mejor vida que te sea posible. La vida es un juego cuyas reglas aprendes si saltas a ella y la juegas a fondo. De otro modo, serás atrapada en equilibrio precario, viéndote sorprendida constantemente por los cambios del juego. Los no jugadores gimen y se quejan a menudo de que la suerte siempre pasa de largo por su lado. Se niegan a ver que pueden crear algo de su propia suerte...
La educación no es un sustitutivo para la inteligencia. Esa elusiva cualidad es definida tan sólo en parte por la habilidad en resolver rompecabezas. Es en la creación de nuevos rompecabezas que reflejen lo que tus sentidos informan cuando completas la definición...
La redacción de la historia es principalmente un proceso de diversión. La mayor parte de los relatos históricos distraen la atención de las secretas influencias que se hallan detrás de los grandes acontecimientos.
Yo soy un libro pequeño, tan finito que no destaco en las estanterías porque apenas tengo cien páginas de chicha.
Si me toman y me abren, mi letra es grandota y redonda, como la de los cuentos infantiles, eso es porque mi autor, Gabriel García Márquez, es muy mayor (tanto como el protagonista de la historia que encierro en mis páginas) y como todos los ancianos, que en muchas cosas se parecen a los niños, gusta de una letra grande y fácil de leer para sus nonagenarios ojos.
Pero no soy un libro para niños, no, mi título Memorias de mis putas tristes ya lo indica, aunque quizá algún despistado pudiera tomar lo de las putas tristes por un postre tradicional. Sin embargo, leer mi primera página ya le sacará de dudas, El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen dice la primera frase de mi primera página.
Y de eso va la historia escrita en mis hojas, de un anciano que busca el amor diría un lector sencillo, de los deseos ocultos del hombre diría la mujer adulta, de la morbosa atracción en la vejez hacia la infancia, diría escandalizado un melindroso. En esas páginas se habla de putas, de vergas grandes como la de un caballo, de niñas que venden su cuerpo, de viejos que lo compran y regalan perfúmenes y pendientes. Pero no se escandalicen, en realidad sólo se habla de un anciano que pasea por esas obscenas páginas buscando volver a vivir.
Ya me cierro y vuelvo a mi sitio en la estantería, que si les sigo contando, este comentario será más largo que yo mismo. Y no lo olviden, léanme y juzguen ustedes mismos.
Mi nombre es Verónika, Soy la protagonista del libro de Paulo Coelho Verónika quiere morir y una fría mañana de noviembre acabé con mi vida.
Cuatro páginas después he despertado en Villete, un sanatorio para enfermos mentales en Eslovenia. No, no he muerto, y me he sentido confusa, frustrada, avergonzada, hasta que los doctores me han explicado que durante el coma provocado por los narcóticos que ingerí, mi corazón quedó irremediablemente afectado, se produjo una necrosis en el ventrículo y
y moriré en un plazo de cinco días a una semana.
He pasado de ser una suicida, con total desprecio por la vida, a ser una enferma terminal, que apura los últimos días antes de la inminente expiración. He pasado de volverme loca en un mundo normal a ser normal en un sanatorio de locos. Aquí, en Villete, descubriré el miedo, la pasión, la amistad, la confianza y la lucha, mientras camino hacia mi muerte.
A lo largo de doscientas páginas, el autor contará mi historia, tan intensa como profunda, llena de significados acerca de la locura real y fingida, de la desesperanza y la felicidad. Llena en fin de alusiones y reflexiones sobre esa elección continua del ser humano entre seguir adelante o abandonar.
Llegué a este maldito país de los dioses, o del sol naciente, ya hace años, y aunque convivo (a la fuerza) con los japoneses, y he conseguido hablar su idioma, sigo sin entenderlos y me parece empresa inalcanzable para un occidental como yo. En el camino nos dejamos a casi toda la tripulación del Erasmus, mi buque, un bergantín holandés, del que soy piloto y capitán accidental, ya que el capitán también pereció a poco de llegar aquí. Separado de los pocos marineros que quedaban vivos, me cupo en suerte, o en desgracia, incorporarme a la vida japonesa, pasando a formar parte del séquito de uno de los más importantes daimíos, o señores feudales, del Japón. Me entretienen enseñando a las tropas a manejar los mosquetes, pero la verdadera razón de que conserve el pellejo es que soy usado como un peón más en este ajedrez que juegan los señores feudales en sus luchas por el poder. El poder siempre va ligado al dinero, y el dinero aquí va ligado al comercio de la seda con China, monopolio de los jesuítas, españoles y portugueses y enemigos de mi reina. Cada año llenan hasta arriba un gran barco, el barco negro, con los tesoros que mandan a su país, pero que sería presa fácil para un ágil bergantín bien armado como el mío, si es que un día me dan una tripulación y me dan via libre. Pero no todo son desventuras, también he aprendido cosas de ellos. He aprendido a ir limpio, esta gente es limpísima, no entran en sus casas con los zapatos llenos de barro como en mi tierra, ni las tienen llenas de excrementos animales, ni son sucias, oscuras y mal ventiladas, no. Aquí la pieza que no puede faltar en una casa es el gran baño caliente, una delicia desconocida en Europa, y las casas son de papel. Al principio no entendía por qué las hacen tan frágiles, pero en mi primer terremoto, cuando unas cayeron y muchas se incendiaron, lo comprendí: por la noche estaba todo reparado y como nuevo. Su organización social es simple y funciona a la perfección, no hay apenas leyes y el único castigo para todos los delitos es la muerte. Hay campesinos, que poseen y trabajan la tierra y la pesca; "eta" que son gente de ínfima condición, comen carne, y son dedicados a trabajos penosos; y comerciantes. El dueño de la casa manda en su servidumbre y su palabra es ley: Ni tan siquiera tienen nombre, se les llama "cocinera", "doncella" o "jardinero" y por ese nombre atienden. Y samuráis. Los samuráis, guerreros, imponen su ley, su voluntad y su gobierno a las clases trabajadoras. Que un campesino no agacha lo suficiente la cabeza para saludar... se le corta. O por cualquier otro crimen, pequeño delito, o simple descuido. Están locos. Son unos fanáticos entregados a sus señores, por quienes dan gustosos la vida con una simple orden. Su política es un juego de intrigas, traiciones y engaños, pero eso sí, con buenas formas. Aquí, si hay una ley, es la de la cortesía. Hay que saludar inclinando la cabeza, colocarse en su lugar en el extricto protocolo, llamar a la gente "san", honorable; coger la taza de té dándole la vuelta; y preguntar por los parientes y hablar del tiempo un buen rato hasta poder ir al grano en las conversaciones. Y cualquier olvido puede ser nefasto. ¿Y la vida íntima? ¡Santo Dios, no tienen pudor estas gentes! Se bañan desnudos y revueltos ellos con ellas en el mar, o en el baño doméstico. Las conversaciones "de almohada" son corrientes, y se tratan cuestiones vergonzantes con la mayor naturalidad. La esposa mete mujeres en el tatami del esposo para satisfacer sus necesidades, o ve con agrado que vaya a la casa de té a acostarse con rameras de distintas categorías ¡que hasta escalafón tienen las putas! A mí me casaron, simplemente, diciéndome: Esa es tu esposa. Ya está.
Pero sin duda lo peor de todo es la comida. Arroz, siempre arroz, verduras medio crudas y pescado crudo del todo o en conserva. ¡Cazan por gusto y dan sus presas a los "eta" con asco! Y bebida ni hay, tan sólo "sake" un vino flojo de arroz con el que ellos llegan a emborracharse, pero yo, acostumbrado al coñac y el ron, no lo consigo.
-Me temo que no estás siendo justo ni imparcial en tu comentario, Anjín-san.
-Disculpa, Mariko, no había visto que estabas ahí. Eres tan silenciosa. Permíteme que te presente: esta es dama Toda, mi traductora e introductora en los entresijos de la vida nipona. Una samurái de la más elevada categoría, que sirve, como yo, a nuestro señor Toranaga.
-Te estás dejando, perdona que te lo señale, que la tierra de los dioses es también la cuna del arte y el refinamiento. Si toda la sabiduría vino de China, como también vino el señor Buda, aquí encontró donde poder florecer en todo su esplendor. Somos el país de la poesía, donde cada acto importante en la vida se refleja con un pequeño poema. Poema que se escribe con graciosa caligrafía y que conmueve los espíritus.
-Sí, dama Toda, conocí por primera vez vuestros delicados poemas cuando el señor Yabú compuso uno extraordinariamente sensible mientras cocía vivo, a fuego lento, a un miembro de mi tripulación.
-Una desdichada ocasión, pero ¿qué es la vida? Sólo existe el ahora.
-Sí, sólo existe el ahora decís. Obráis a impulsos, moviéndoos según vuestro código del honor, vuestro bushido, y sin pensar en qué os deparará el mañana.
-Te equivocas, Anjín-san, de hecho, el verdadero protagonista de este libro no eres tú, ni soy yo, sino nuestro señor, el honorable Toranaga-sama, que ve más allá que nosotros, y nos mueve como títeres en la sombra.
-Sí, el gran señor Toranaga-sama, que un día llegará a ser el Shogún, el supremo dictador de todo Japón.
-Tú sabes que no es eso lo que desea.
-Sí, yo sé que no es eso lo que desea, y también sé que lo conseguirá.
De "La desheredada", de Benito Pérez Galdós, este genial retrato de la tía "Sanguijuelera":
Era Encarnación Guillén la vieja más acartonada, más tiesa, más ágil y dispuesta que se pudiera imaginar. Por un fenómeno común en las personas de buena sangre y portentosa salud, conservaba casi toda su dentadura, que no cesaba de mostrarse, entre sus labios secos y delgados, durante aquel charlar continuo y sin fatiga. Su nariz pequeña, redonda, arrugada y dura como una nuececita, no paraba un instante: tanto la movían los músculos de su cara pergaminosa, charolada por el fregoteo de agua fría que se daba todas las mañanas. Sus ojos, que habían sido grandes y hermosos, conservaban todavía un chispazo azul, como el fuego fatuo bailando sobre el osario. Su frente, surcada de finísimas rayas curvas que se estiraban o contraían conforme iban saliendo las frases de la boca, se guarnecía de guedejas blancas. Con estos reducidos materiales se entretejía el más gracioso peinado de esterilla que llevaron momias en el mundo, recogido a tirones y rematado en una especie de ovillo, aquie no se podría dar con propiedad el nombre de moño. Dos palillos mal forrados en un pellejo sobrante eran los brazos, que no cesaban de moverse, amenazandotocar un redoble sobre la cara del oyente, y dos manos de esqueleto, con las falanges tan ágiles que parecían sueltas, no paraban en su fantástico girar alrededor de la frase, cual comentario gráfico de sus desordenados pensamientos. Vestía una falda de diversos pedazos bien cosidos y mejor remendados, mostrando un talle recto, liso, cual madero bifurcado en dos piernas. Tenía actitudes de gastador y paso de cartero.
A finales del siglo XIX Nueva York tenía poco que ver con la ciudad que hoy conocemos, era más bien un apiñamiento de ciudades colmena unidas por grandes arterias, y lujosas zonas residenciales. Las leyes tampoco eran las mismas, una de las principales diferencias consistía en que la minoría de edad no estaba contemplada por la ley. Un niño de corta edad era responsable de sus actos, y buena parte de los niños de la ciudad vivían en condiciones de explotación infrahumanas. Algunos eran explotados en trabajos penosos, y muchos se ganaban la vida prostituyéndose. La prostitución infantil era un negocio que reportaba pingües beneficios. Yo soy Jonh Schuyler Moore, periodista del New York Times, y conozco al dedillo esos ambientes. Pero allá por el año 1896 empezaron a ser asesinados niños que se prostituían como travestidos, siendo horriblemente torturados. Mi amigo, el comisario Theodore Roosevelt, que luego llegaría a presidente de los Estados Unidos, reunió un grupo de expertos para que actuaran al margen de la corrupta e ineficaz policía neoyorquina. El doctor Kreitzler, eminente alienista, o como dicen ahora, psiquiatra, encabezaba el mismo; y en él estábamos mi amiga Sara Howard, que sería la primera mujer policía de la ciudad, los hermanos Isaacson, dos judíos detectives del cuerpo, que hacían ímprobos esfuerzos por ejercer la primera policía científica, ante la rechifla de sus compañeros; y los dos ayudantes de oscuro origen del doctor, Stevie Porra, un muchacho del arroyo, y Cyrus, un negro asesino bajo su custodia. Todos juntos nos enfrentamos a un psicópata asesino, en la primera búsqueda racional que se hizo de uno, tras los fallidos intentos de Scotland Yard por encontrar al destripador de Londres. Pero no sólo teníamos en frente a un asesino frío e inteligente, sino también a una sociedad hipócrita que trataba de esconder sus defectos, y de arrinconar lo feo fuera de su vista, y de unas instituciones corruptas en manos de los delincuentes locales, de los que cobraban mejor sueldo que de su placa. Personajes como el omnipotente banquero J.P. Morgan contibuyen a enredar aún más la trama.
El grupo buscó pistas en la ciudad y fuera de ella, remontándose en el tiempo en la búsqueda de expedientes de asesinatos sin resolver; y también viajó a las afueras, a la campiña de la periferia, algunos hasta la capital del gobierno, y otros hasta tierras fronterizas con los indios.
La trama es genuina, una especie de CSI del paleolítico, pero la descripción de la vida de la gente en aquel tiempo es estremecedoramente real. Y todo narrado sin excesivas pretensiones, al estilo periodístico, de manera amena y fácil de leer.
El libro está en varias editoriales, y también en el Círculo de Lectores."
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